domingo, 18 de marzo de 2012

Artículo "Constructores de personas"


El artículo “Constructores de personas” publicado en el periódico “La Tribuna” y escrito por la psicóloga y orientadora de secundaria Eugenia Jiménez Gallego trata sobre la educación que reciben los hijos de los padres. Estos educando a sus hijos están construyendo las personas que serán en el futuro, de ahí el título del texto.
En primer lugar, la autora nos habla de la generación nini, aquellos adolescentes que sólo se preocupan de su diversión y a los que no les interesa estudiar ni trabajar. Viven de sus padres y no hacen nada por labrarse un futuro que es a lo que deberían dedicarse. Esto no quiere decir que todos los jóvenes seamos así (que no lo somos) pero desgraciadamente cada día hay más y más chicos que se “apuntan” a esta generación de vagos. Los padres de estos jóvenes se quejan del comportamiento de sus hijos pero en sus lamentos cuando van a reunirse con la orientadora o el orientador del instituto al que acuden estos para hablar de su nefasto comportamiento, se deduce el problema que hay detrás: la educación que han recibido no era la idónea. Emplean frases del tipo “No sé porque se comporta así, ¡si le hemos dado todo!”, esa exclamación lo dice todo, piensan que dándoles todo lo que deseen les harán más felices y lograrán que estos les quieran más. Sin embargo, esto no es así porque al saber que sus padres les van a dar todo lo que quieran se ven con el poder de pedirles todo sabiendo que se lo van a dar. Los hijos ven a sus padres como una especie de “banco” que les da todo lo que piden sin pedir nada a cambio y esto no debería ser así. Las cosas hay que conseguirlas por uno mismo y si no puedes comprarte el último modelo de móvil u otro capricho de ese tipo pues si de verdad lo quieres ahorrarás para conseguirlo y solo así se conoce el valor de las cosas.
Otra afirmación es la de “Me da pena la criatura” y yo pienso, ¿pena de qué? ¿De que no les guste estudiar?, a mí tampoco me gusta estudiar ni tener que esforzarme pero lo hago y nadie siente pena de que no pueda estar con mis amigos en un día soleado o tomando el sol en la playa porque a quien algo quiere algo le cuesta y es así como deberían enseñarle estos padres a sus hijos que se consiguen las cosas, con mucho esfuerzo. Sentir pena de los jóvenes que no quieren estudiar ni trabajar es ridículo porque solo hace que crean que es normal que no hagan nada por sobrevivir sin sus padres y empeora la situación.
Todos estos testimonios de los padres comparten una raíz común: todos ellos miman a sus hijos demasiado, entendiendo por esto como que les dan todos los caprichos que desean y ninguno de ellos piensa en el daño que les puede hacer a sus retoños ya que no piensan en el futuro que les espera criándolos así.
Según Eugenia lo que es necesario para construir personas preparadas para enfrentarse al mundo real en el que vivimos fuera del cobijo de nuestros padres es restarles placeres. Es decir, no proporcionales todo lo que quieren y enseñarles que no siempre llevan la razón, corrigiendo su comportamiento. Personalmente veo un poco exagerado lo de restarles placeres ya que da a entender como si hubiera que educarlos quitándoles todo lo que les gusta y eso tampoco debe ser así. Pienso que hay que darles “una de cal y otra de arena”, es decir, enseñándoles el valor de las cosas y recompensándoles de vez en cuando por su adecuado comportamiento sino sería un machaque continuo que haría que llegaran a rebelarse contra sus padres.
La autora realiza un paralelismo entre los jóvenes malcriados y los señoritos de los cortijos ya que se les está educando, tal y como he mencionado anteriormente, de una forma incorrecta. Se les enseña a vivir como señoritos que no hacen nada más que mandar sobre los demás.
Es ahora cuando Eugenia Jiménez nos cuenta la forma en la que sus padres la educaron e hicieron de ella la persona que es hoy día. Pese a vivir en los años setenta su padre le enseñó a desenvolverse sola a la vez que le ayudaba a hacer los deberes y le enseñaba adivinanzas y trabalenguas. Esto es algo que actualmente nos parece normal pero en aquella época quien se encargaba de esto eran las madres ya que los que trabajaban eran los hombres. Esto hizo que sus padres se convirtieran en unos buenos constructores de personas ya que le enseñaron unos valores muy importantes que ya casi se han perdido como son los buenos modales y el respeto a los mayores. Es habitual encontrase a jóvenes faltando el respeto a sus profesores y padres, algo impensable para mí que he sido educada en la importancia del respeto a las personas mayores. Sus padres, además, la corregían desde pequeña como dice en la frase”el arbolito, derechito desde chiquitito” es importante que los educadores desde que los niños son unos críos les enseñen a respetar a sus mayores, el hecho de que no se puede tener todo lo que se quiere, de que no siempre se lleva la razón, etc. Valores que una vez que el “arbolito” ha crecido son difíciles de inculcar. La educación se recibe en la familia principalmente y si esto falla nos encontramos con resultados como los de la generación nini de la que antes hablábamos.
Hay una expresión que me ha llamado especialmente la atención es “mejor que lloren los hijos que no que lloren los padres" por la que la autora quiere decir que es mejor que lloren los que están siendo educados porque no se les permita hacer de todo y ser unos malcriados a que sus padres se lamenten luego por haber criado a unos “monstruos” irrespetuosos y maleducados que no hacen nada con sus vidas nada más que “chupar del bote”. Se quejan luego de que sus hijos no tienen ningún futuro y no se dan cuenta de que es en parte culpa suya por no haber actuado a tiempo. Cuando te haces mayor entiendes que tus padres te pusieran unos límites y te castigaran por llegar tarde a casa o no te dejaran quedarte hasta tarde a diferencia de esos amigos que hacían con sus padres lo que querían y que ahora no hacen más que estar todo el día en la calle sin hacer nada.
En conclusión, los jóvenes de hoy seremos los próximos padres y debemos aprender a construir unos hijos preparados para el mundo que les espera teniendo unos buenos valores y sabiendo desenvolverse por ellos mismos.

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